El centro de esta jornada: la Eucaristía, tuvo un color intenso de inclusión que se hizo evidente en un gesto simbólico. Antes de empezar la celebración, se invitó a la asamblea a dirigirse a la llamada “Tienda de los Excluidos” y a escoger algún objetro, de los expuestos allí, que le hablara de manera especial de un determinado tipo de exclusión. Salimos de la capilla cantando “una luz ilumina el mundo” – una llamada a ser luz de Cristo, en la oscuridad que nos rodea-. Cada una regresaba a la capilla con una fotografía o un objeto en sus manos, que representaba un un grupo de excluidos por nuestra sociedad, y lo dejaba alrededor del altar. Así se vació la “tienda delos excuidos” y por un momento vivimos, una vez más, el sueno del Fundador. Los diferentes grupos de excluidos, se convirtieron en miembros de la gran Familia de los hijos de Dios, alrededor del primogénito de una familia de Hermanos, Jesucristo, y ocuparon su lugar en el “árbol” común, enriqueciéndolo con sus diversos cantos y colores.